YOKO / Golden retriever / 8 años
Para esta primera cita, Elena me pidió que le llevara una foto de Yoko. Le comenté que Yoko estaba desahuciado por los veterinarios, pero que yo me negaba a aceptarlo pues, a pesar de su enfermedad, era un perro muy vital. Que era además mi compañero y amigo y que no podía ponerle la eutanasia así no más, pues me sentiría traicionando la confianza que tenía conmigo; él se tomaba sus medicinas sin resistencia como si supiera que eran para salvarle la vida.
Lo primero que Elena observó es que Yoko estaba triste y muy aburrido por la falta de paseos y de juegos conmigo.Y sí, eso era verdad. Yo estaba en ese momento trabajando en la casa. Pero a pesar de que pasábamos juntos casi todo el día, yo estaba muy ocupada. Me encargaba de suministrarle su comida, su agua, sus medicinas, lo acariciaba, lo consentía, lo llevaba a sus citas médicas pero no iba al parque con él, y casi nunca jugábamos. Además no lo había vuelto a mandar con el paseador de perros pues Yoko se negaba a salir con él. Elena me dijo que extrañaba su pelota, correr en el parque, estar con otros perros y jugar conmigo.
Sin que yo le hablara del tema, Elena descubrió una gran conexión emocional que Yoko tenía con su primer dueño (de lo cual yo ya ni me acordaba) y visualizó una sensación de abandono que lo acompañaba. El asunto es que yo adopté a Yoko cuando tenía un poco menos de dos años. Su primer dueño era un joven muy cercano a mí con quien Yoko tenía una relación entrañable. Por problemas graves de salud no pudo seguir con Yoko y yo intenté conseguirle un hogar llevándolo a dos casas diferentes de las cuales siempre fue expulsado por distintos motivos ajenos a él. Entonces yo decidí adoptarlo pues me dio gran pesar con el perro. Elena me dijo que Yoko vivía con la sensación de haber sido abandonado y que no había superado el traumatismo que había significado las duras experiencias con los dos hogares de paso que tuvo.
En ese orden de ideas, Elena encontró que Yoko tenía la sensación de que nuestra casa no era su hogar y que de pronto también podría ser expulsado de allí. Esta sensación era confirmada por mis constantes viajes por motivos de trabajo, algunos muy prolongados,así como los de mis hijos que viene y van constantemente. Extrañaba a su primer amo y a la camita que tenía cuando era un cachorro. A pesar de que Yoko era un lindo compañero, que ya llevaba más de 6 años conmigo, entendí por qué insistía en pasar tanto tiempo recostado en la puerta de la casa o en el garaje mirando a la calle; era otro gesto que hablaba de la gran nobleza de Yoko y su fidelidad por el primer amo.Esto me llenó de más ternura con mi perro.
Ante esta situación, Elena hizo un trabajo para procesar la relación de Yoko con su primer amo. Me instó en la necesidad de hacer cambios en la vida para que saliera con Yoko al parque y me motivó mucho para que jugara con él. Me hizo ver que eso representaba bienestar y salud tanto para él como para mí. Me dijo que le repitiera a Yoko cada vez que pudiera que yo era su compañera y que nuestra casa era su casa. Me convenció que mi actitud y la de las personas que rodeaban a Yoko eran muy importantes, así como el convencimiento de que iba a estar bien. Me habló del poder de la mente para fortalecer los aspectos positivos que condujeran a su recuperación.
Al llegar a la casa me sentí renovada en mi relación con mi perro. Comencé a sacarlo a diario al parque, Yoko empezó a estar más animado y a pedir que lo sacara todos los días. Comenzamos a disfrutar de nuevo de nuestras salidas y él recuperó mucho su ánimo. Sin embargo, al poco tiempo el tumor creció de nuevo y Yoko se puso otra vez muy enfermo. Me sentía totalmente desanimada pues creí que ya no había nada más que hacer. Llamé de nuevo a Elena y ella me insistió mucho en que hiciéramos una nueva sesión. Me dijo que creía que había cosas aun por trabajar que eran importantes. En esta segunda sesión se fue desarrollando un trabajo muy profundo. Con la conducción de Elena pude visualizar la energía ajena que había sobre Yoko y que no le hacía bien: la de los médicos, las cirugías, los amigos. Todo el tiempo se compadecían de su estado de salud, los comentarios tristes que todos (incluyéndome a mi), hacíamos sobre Yoko. Elena me ayudó a retirar toda esa energía para después soltarla y liberarla. Yoko adquirió en mi mente una nueva imagen, renovada, limpia, trasformada en luz y pude visualizarlo sano, comiendo, tomando agua, jugando y lleno de luz. La gente a su alrededor sonreía.
Después de este trabajo con Elena que duró más o menos unas dos horas, me fui para la casa. Al día siguiente, es decir el viernes 12 de febrero, llegó de improviso la Veterinaria para verlo y cuadrar la cita para la eutanasia. En dicha visita me dijo que tenía en su maletín unas pastillas de Prednisolona, que es un corticoide, y me dijo que por qué no intentábamos darle este medicamento en una dosis muy fuerte para ver qué pasaba. Total, ya no había nada que perder pues la decisión probable era la eutanasia. Comenzamos inmediatamente el tratamiento y Yoko comenzó a recuperarse de forma repentina. A los 3 días el tumor había disminuido en un 50 % su tamaño. A pesar de que este es un medicamento de uso muy controlado, Yoko lo ha tolerado bien, aunque se le ha bajado mucho la dosis para evitar daños secundarios en otros órganos. El tumor se ha disminuido mucho y se ha mantenido de un tamaño que le permite a Yoko estar bastante bien. Aunque no tiene el mismo ánimo previo a su enfermedad, esta alegre, come, pasea, juega y está más unido que nunca a mí y a la familia. No volvió a estar en la puerta, ni en el garaje esperando días enteros. Retornó a sus paseos con el paseador, no obstante prefiere salir conmigo o con mi hijo. Y aunque el tumor está presente en su vida y su cara se llenó de canas de forma prematura, él la está pasando bien. En la actualidad solo toma una dosis pequeña de Prednisolona y le doy una tercera parte de la dosis que tomaba para el dolor en meses anteriores.
En febrero del 2016 yo estaba decidida a ponerle la eutanasia y ya han pasado muchos meses. Es posible que su vida no sea muy larga, pero está contento y yo muy agradecida con Elena pues abrió un camino de esperanza para Yoko. Las mismas personas que antes me decían pobrecito, ahora me dicen que bien que está. Y yo he podido disfrutar de la grata compañía de mi Yoko todos estos meses, como si fuera un extra de su vida.
Conchita Guerra / Comunicadora Social, fotógrafa y documentalista. Máster en Documental Creativo de la U. Autónoma de Barcelona.